Por Luis Miguel López-Rojas
Nota de LRI: A raíz de la crónica de Clarito, publicada en este blog, sobre la corrida de Badajoz, ese gran aficionado que es Luis Miguel López-Rojas matiza y puntualiza sobre un tema candente planteado en esa crónica: La emoción del toreo ¿La pone el toro o el torero? La respuesta (brillante) nos desvela la duda y sentencia el tema. Lo leemos.
La verdad y emoción del toreo. José Tomás entrando a matar por derecho. El gran torero “se atraca” de toro.
Al hilo de una crónica
Precisa y preciosa la crónica, con la que nos deleitó “Clarito”, sobre la tarde vivida en Badajoz. Sensibilidad a flor de piel. Ecos de una gran TARDE DE TOROS (con mayúsculas aunque les pese a algunos, sobre todo de los que no tuvieron el privilegio de asistir).
Independientemente de la crónica, hay un punto que me ha llamado poderosamente la atención y que puede levantar algunas controversias. Cito textualmente:
“Volviendo a la frase de marras (“Nada tiene importancia si no hay toro”) he de decir que yo, por el contrario, cada vez estoy más convencido que la importancia de la fiesta y la emoción verdadera la pone el torero no el toro”
Apuntala dicha afirmación con los ejemplos del toro de la época de Manolete en contraposición con el de la época de Bombita-Machaquito y la emoción provocada en el público.
La estocada de la tarde. Escultura de Mariano Benlliure que representa la muerte del toro Barbero de Miura tras una gran estocada de Machaquito. Las estocadas del torero de Córdoba salvaron muchas tardes la atonía que imperaba en esos años, a pesar de lidiarse entonces (puente entre la época de Guerrita y la de Joselito y Belmonte) uno de los toros de mayor tamaño y presencia (mejorando lo presente) de toda la historia del toreo
Si a esto le unimos otra cita que aparece en la entrevista publicada la semana pasada, en el semanario taurino 6toros6, podemos tener un coctel un tanto explosivo.
Justo Hernández, ganadero de Garcigrande, expone su teoría sobre el tipo de toro que busca y hace propia la frase del torero mejicano Raúl García
“El toreo empieza cuando se para el toro”.
El novillero Miguel Cuartero citando muy de largo a un novillo en Zaragoza el 26 de mayo de 2012 (Foto del blog “Del Campo al Chiquero”).
Alude a que el galope del toro, en muchas ocasiones, por las inercias, enmascara su verdadero fondo (bravura o mansedumbre). Cuando galopa, el torero “se limita” (resalto entrecomillado por la dificultades implícitas) a ver pasar o conducir la embestida. Cuando esas inercias desaparecen (se para), es el torero el encargado de enganchar, “tirar” de él, y extraer todos los matices (si es capaz), mediante el moldeo de su embestida. Será ésta, la que nos muestre (según el ganadero), la verdadera condición del toro.
El toro se ha parado. El torero Perera, en este caso, acorta las distancias (Fotografía de José L. Díaz publicada en el blog “Banderillas Negras”)
¿Emoción puesta por el torero?…, ¿Esperar que un toro se pare para que sea el torero el que extraiga su fondo de bravura?….
Parece que ambas frases vienen a destruir los cimientos más firmes de la afición “torista” donde es, el toro, el protagonista principal y el que marca la importancia de lo acontecido en el ruedo (“Nada tiene importancia si no hay toro”).
Dos posiciones totalmente contrapuestas y que los defensores de cada una de ellas, no sin “sus razones”, creen irreconciliables. Las llamaremos emoción-toro (toristas) y emoción-torero (toreristas).
Conciliando posturas
Tratando de conciliar ambas y de descifrar los argumentos utilizados por las dos posiciones, tengo mi propia teoría en la percepción que unos y otros tienen de la tauromaquia y de la emoción. Para ello recurriré a la ciencia.
Puede que la explicación la tengamos en la estructura del cerebro humano y las partes en las que, según los expertos en la materia, se divide la inteligencia humana -mira por donde sale éste ahora, pensarán muchos-. Bueno, no se adelanten y déjenme que me explique.
La estructura cerebral. Las distintas capacidades se controlan desde distintas áreas cerebrales.
Dicen que la inteligencia humana se divide en tres partes: Inteligencia reptilínea (la de los instintos: supervivencia, hambre, sed, frío, calor…), inteligencia emocional (emociones: alegría, tristeza, miedo, belleza…) e inteligencia racional (donde impera la razón y que nos distingue de los animales).
La inteligencia reptilínea es la propia de los reptiles
Son las dos últimas, la que intervienen en la percepción de la emoción del toreo. También, siempre según los expertos en la materia, queda demostrado que la inteligencia emocional ocupa un mayor espacio en nuestro cerebro y nos supone mucho menor esfuerzo su utilización que la inteligencia racional. Concretamente, los antiguos griegos ya se dieron cuento de esto. Y ahora éste mezcla a los griegos con el toreo. ¿Adónde nos quiere llevar? Mal camino llevamos… Tengan paciencia.
La inteligencia emocional es la que tiene más peso (la que ocupa mayor espacio en el cerebro)
Les pondré el ejemplo utilizado por Aristóteles que nos puede dar algo de luz. Decía algo así como que enfadarse (inteligencia emocional), es muy fácil. Todo el mundo lo puede hacer sin ningún tipo de dificultad. Pero “enfadarse en el momento justo, con la persona adecuada y en la proporción exacta” (inteligencia racional), es mucho más difícil. Incluso muchos no lo pueden hacer, ni responder a esa pregunta en un momento de acaloramiento. Ya vamos llegando…
Aristóteles
En la tauromaquia, el TORO, representaría o estaría mucho más cerca de la inteligencia emocional. La emoción que provoca, es mucho más fácil de percibir. La emoción es sinónimo en este caso de un vocablo muy utilizado: TRANSMISIÓN. La transmisión viene muy marcada por el miedo que provoca el toro (por trapío y condición) y sobre todo diría que, por la velocidad de la embestida. Resumiendo la amenaza para la integridad física del que se pone delante. Sensación de que “yo no sería capaz de hacerlo”.
Este tipo de emoción, es independiente del torero que tiene delante (mejor o peor). Si el torero es bueno, además tendremos otras emociones que nos provoca el triunfo, la superación de las adversidades. Pero si el torero es malo, también somos capaces de sentir esa emoción del toro. Por tanto, es como el “enfado” de Aristóteles. Al utilizar de forma preponderante la inteligencia emocional es más fácil y cómoda de percibir para la mayor parte del público. Todo el mundo lo entiende. Todo el mundo es capaz de “enfadarse”.
La emoción del toro. Impresionante embestida de un toro de Moreno Silva lidiado en la feria de Céret de este año (Fotografía del blog Terres Taurines)
Cuando la emoción del toro decrece (de inicio, por su presencia, o a lo largo de la lidia por la pérdida de velocidad), entra en juego la emoción que es capaz de generar el toreo. Navegamos al otro extremo. Emoción-torero. Aquí entra más en juego la inteligencia racional (el “enfadarse en el momento justo, con la persona adecuada y en la proporción exacta”). Es mucho más difícil de percibir. Su utilización nos supone un mayor esfuerzo. Incluso algunos la niegan (“Nada tiene importancia si no hay toro”).
Sólo está al alcance de los elegidos y depende de dos partes. La principal, el torero. Hay toreros que son capaces de generarla o mostrarla en mayor proporción que el resto (Manolete-José Tomás por poner dos de los máximos exponentes). Y la otra, el público-aficionados que la tienen que percibir.
La emoción del toreo la pone el torero. En la foto, Perera en Badajoz en un quite por gaoneras.
Al requerir mayor esfuerzo para su conocimiento, entendimiento y percepción, no todos los asistentes son capaces de detectarla. Es más, yo afirmaría que depende sobre todo de si los espectadores se han puesto delante de un toro o no. Justo Hernández además de ganadero es aficionado práctico, lo mismo que le ocurría a Juan Pedro Domecq. A través del toreo intentan descifrar o llegar a la bravura. Por eso creo que es el título del libro “Del toreo a la bravura” de este último. Esto explicaría sus conceptos de bravura que en ocasiones, difieren mucho del concepto de los defensores del torismo extremo. ¿Coincidirá que “Clarito” también es aficionado práctico? Sólo él, quién quiera que sea, si lo tiene a bien, lo desvelará. Lo que podría reforzar o debilitar mi teoría.
Juan Pedro Domecq toreando en el campo (Fotografía de Cano)
En Badajoz, pudimos tener la justificación a la afirmación de “Clarito” “la emoción verdadera la pone el torero no el toro” en unión con la teoría de Justo Hernández (“cuando se para el toro, surge el toreo”), en un hecho. La inmensa serie al natural de José Tomás en el epílogo de la faena realizada al quinto de la tarde.
Nadie lo esperaba. Con un toro parado, agarrado al piso, sin “excesiva” presencia (importancia del toro que dicen los toristas), donde la inteligencia emocional tiene poco a lo que agarrarse (emoción-toro). No obstante, el toro escondía un tesoro oculto, que el de Galapagar, por su concepto, por su temple, por pasar esa “raya”, por invadir ese terreno, por su magia…, o cómo lo queramos definir, fue capaz de extraer.
Tirar de él para llevar su embestida… al infinito. “Clarito” y Justo Hernández deben conocer la dificultad de la ejecución, que encierra los más grandes secretos de la tauromaquia (inteligencia racional). Para ellos es la ESENCIA del toreo, lo que buscan fundamentalmente, lo que les llena (“emoción verdadera” que dice Clarito”). Sólo al alcance de los más grandes. José Tomás, fue capaz de invertir el orden de la utilización de la inteligencia, para que las emociones fluyeran (llegar a través de la inteligencia racional a la inteligencia emocional). Y la emoción volvió a inundar a toda la plaza (a pesar del desconocimiento de gran parte de los recursos utilizados para la consecución del objetivo).
Nos dijo, miren señores, les muestro el secreto que escondía el toro. El secreto de mi tauromaquia. Para lo entendidos (tauromaquia racional) y descodificado en emociones para los que no lo son (tauromaquia emocional). El secreto de José Tomás. El milagro del toreo.
Puede que mi teoría nada tenga que ver con la realidad, pero con ella, también intento justificar otras afirmaciones:
- “La figura del torero marca la diferencia con el toro medio”. Con el toro bueno (la emoción mayoritariamente la pone el toro), todos están o pueden estar más o menos bien. Con el malo (también la emoción la pone el toro), ninguno, salvo raras excepciones y ocasiones, está bien. Pero con el toro medio (donde la emoción la debe poner en su mayor parte el torero), las grandes figuras marcan la diferencia (Manolete- José Tomás). Aunque algunos renieguen de su importancia por el toro, o les pueda “aburrir”. Cuanto mejor es el aficionado, más matices encuentra. Y si además es aficionado práctico, incluso la percepción y “lo que buscan” cuando asisten a una corrida, es muy diferente al resto de los espectadores. Seguramente intenten saciar sus ansias de conocimiento y descubrir los secretos del toreo.
Con el toro medio solo las figuras están –habitualmente- bien. José Tomás en Badajoz (Foto de Ismael Rodríguez)
- Según afirma Pepe Alameda en su libro “Al hilo del toreo” (Colección la Tauromaquia Espasa-Calpe, Madrid). Los toreros más populares son los más arriesgados. Estaría justificado puesto que las emociones que generan son mucho más fáciles de percibir por el gran público (preponderancia de la utilización de la inteligencia emocional). Este hecho se repite con frecuencia en la historia. Animadversión del público hacia Guerrita, gran dominador (“no me voy, me echan”) y preferencias por “El Espartero” (de mucho menor entidad taurina que el Califa de Córdoba, pero más arriesgado). Entre Joselito “El Gallo” y Belmonte (lo que generaba gran contrariedad en el de Gelves). Con todas las deficiencias taurinas que condensaba el trianero, ¿qué hacía para encandilar de esa forma a los públicos?, ¿qué justificaba que Joselito, aplicando toda su cátedra, en raras ocasiones conseguía ese efecto?, ¿cuál era el secreto? Quizás la clave hay que buscarlas fuera de la tauromaquia y se encuentren en la propia estructura del cerebro humano: inteligencia emocional/racional. ¿Le podría pasar esto mismo al Juli, en nuestros días?
El Juli en Badajoz. Fotografía del blog de Domingo Cáceres. No tiene sentido que un torero que apela a la inteligencia racional encandile antes al público en general que a los aficionados. Lo que viene a corroborar otro aserto de Pepe Alameda y es el de que los públicos no se equivocan y yerran menos en sus apreciaciones que quienes nos tenemos por aficionados.
Para finalizar, no quiero que se malinterprete mi teoría, con la defensa de la ausencia de trapío, o la falta de emoción del toro. Nada más lejos de la realidad. Es más, personalmente si me piden que elija sólo una para que la fiesta perdure, teniendo en cuenta la afición actual, me decantaría por la emoción del toro (mucho más fácil de percibir para el gran público que predomina hoy en día).
La emoción del toro siempre ha sido la más fácil de apreciar. En la imagen, Coronelo de Benjumea (lidiado por Vicente pastor en la corrida de la Prensa del año 13). Mató 5 caballos pegándose al brazuelo derecho de su víctima como se ve en la foto publicada en Palmas y Pitos.
El propósito de mi exposición es que ambas posiciones no sean excluyentes (“Nada tiene importancia si no hay toro”/ “La emoción verdadera la pone el torero no el toro”). Para ello, es fundamental su identificación (emoción toro/emoción torero), su conocimiento y la justificación científica del grado de dificultad que entraña la percepción de ambas. Tan válida es la una, como la otra. Y si se saben combinar ambas... tenemos delante un buen aficionado.
Aquellos que presumen de grandes aficionados y no reconocen la emoción del torero, puede que todavía no se hayan dado cuenta que les faltan conocimientos taurinos (seguramente a nivel práctico), que les impiden que su inteligencia racional actué y se desarrolle. No cierren la puerta. No se refugien en frases manidas que han convertido en doctrina. En la comodidad del “no pensar”.
Y para aquellos que sólo tienen ojos para los toreros y desentrañar los misterios racionales del torero, sepan que incluso los más grandes toreros de la historia en los que predomina la razón, reduciendo la emoción del toro (Guerrita/Joselito), han tenido serias dificultades para llegar al gran público (la emoción racional llega a muy pocos). Hagamos caso a Aristóteles: “la virtud está en el término medio de las cosas”.
No obstante, llegados a este punto, rectifico lo de mi propósito… si tengo que ser sincero, el verdadero propósito de mi teoría donde mezclo toros, toreros, aficionados, ciencia, psiquiatría, filosofía, griegos… de una forma un tanto desordenada, no es otro que… hablar de toros.
Hablar de toros, siempre ha sido lo más importante. En la foto (publicada en Palmas y Pitos hace 100 años) podemos contemplar una tertulia de toreros a la puerta del Gran Café
Nota: Selección de fotografías y comentarios a pie de imágenes de Jose Morente.