martes, 20 de octubre de 2015

Cuaderno de notas (LXII) Condiciones que debe reunir un maestro

Joselito el Gallo. Pontífice máximo del toreo. El Papa-Rey. El maestro de maestros. Todos los toreros de su época -el primero Juan Belmonte- se miraron en él según decía y reconocía Manuel Jiménez Chicuela (Fotografía de portada de Palmas y pitos)

 
¿Qué es un maestro? ¿Qué condiciones debe reunir un maestro? ¿Es suficiente torear con perfección para ser un maestro? No; ni siquiera es condición precisa. Montes era imperfecto en la suerte de recibir, que en su época era fundamental y decisiva, y fue uno de los grandes maestros de la tauromaquia. El Chiclanero era perfecto recibiendo toros; y no fue un maestro.

Paquiro el Joselito del siglo XIX.  Pese a que atravesaba los toros fue considerado un maestro indiscutible del toreo frente al Chiclanero, perfecto matando toros pero que no fue considerado maestro. Montes modernizó y actualizó el arcaico y decadente toreo de su época. Organizador de las cuadrillas. Le llamaron el Napoleón del toreo.
 
Un maestro debe participar por igual de los dos principios en que se funda el toreo: conocimiento de las reses y conocimiento de las suertes. A esto hay que añadir, en el hombre maestro, carácter y vocación. 

Carácter para imponer una disciplina que contagie a toda la plaza y alcance a su cuadrilla. Sin cuadrilla no se puede torear. Por la cuadrilla se conoce al maestro. Vocación para hacer de su profesión, su vida. No sentirse a gusto fuera de la profesión. No estar jamás íntimamente satisfecho. Querer siempre hacer más. Superarse, no estancarse engreído en íntima adoración (...)


Guerrita. El mandón absoluto del toreo a finales del XIX. Se quedó solo a la retirada de Lagartijo y Frascuelo y solo reinó en el toreo. Un grandioso torero en guerra con todo el mundo. Después de él, nadie. Todo un carácter


Antonio Bienvenida. Mejor dicho, Don Antonio Bienvenida. Si ha habido un torero en la historia al que mejor cuadre el título de maestro ha sido este torero de vocación sin límites y de muleta límpida y tersa.
 
La maestría es, por el contrario, un afán ilimitado; buscar desesperadamente la perfección cada día. El público aplaude, pero pide más, porque confunde la facilidad con la seguridad; la emoción con el susto. Los críticos se entusiasman pero exigen. El maestro se encuentra cada vez más obligado con él y con el público. Sólo el torero sabe lo que es esto.

Al especialista, se le da un margen de oportunidades y de toros; al maestro, no. Todo esto es incómodo y triste, casi trágico. El camino es penoso. Hay que seguirle en busca de la perfección que nunca se alcanza en la medida que se le pide. 

   CORROCHANO, Gregorio. "¿Qué es torear?-Introducción a la Tauromaquia de Joselito (1ª ed., Madrid, Revista de Occidente, 1953. Páginas 18-19)



Marcial Lalanda. Otro maestro indiscutible y desde niño pues, no en balde, le llamaron el joven maestro. Su conocimiento de las reses y de las suertes -la nota común distintiva común de todos estos maestros- fue proverbial. Marcial fue, sino el más grande, uno de los grandes.


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